Había una vez una vieja
oveja que quería ser una oveja hermosa, y todos los días se esforzaba en
arreglarse.
Al principio se compro un
peine con el que se arreglaba todo el día buscando su ansiada belleza.
Unas veces parecía
encontrarla y otras no, según su ánimo de ese día o de la hora, hasta que se
cansó de esto y guardo el peine en una gaveta.
Por fin pensó que la única
forma de conocer su verdadera belleza estaba en la opinión de las demás ovejas,
y comenzó a peinarse y arreglarse y a
cambiar de collares (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si las demás ovejas la aprobaban y
reconocían que era una oveja hermosa.
Un día observo que lo que
más admiraban de ella era su pelaje, especialmente su lana, de manera que se
dedico a comer alfalfa y algarrobos para tener una lana cada vez mejor, y
sentía que todas las ovejas la felicitaban.
Y así seguía
alimentándose hasta que, dispuesta a
cualquier cosa para que la consideraran una oveja hermosa, se dejaba cortar su
lana y los pastores la afeitaban, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura
cuando decían que buena oveja, que así afeitada parecía un rabopelado.