Todo ocurrió de manera tan brusca, que no tuve tiempo de cerciorarme. En la puerta del edificio me despedí de Mariela, con ese beso de cariño y jubilo de todos los días. Caminé por la acera un largo rato. Cuando me detuve, pise sin mirar una alcantarilla y sólo me hundí en el vacío. Fui a caer dentro de un drenaje de agua sucia y me hundí lentamente en esa agua turbia. Nadie vino a socorrerme a pesar de los gritos; sin embargo, al final de todo, vi arriba a un fotógrafo que parecía divertirse mucho con mi accidente y tomaba la que sería mi última fotografía como un reportaje.
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