Bienvenidos a Top de Relatos....

domingo, 12 de agosto de 2018

Mientras espero...


    Resultado de imagen para mientrasespero

Aquí sentada mientras espero que llegue el “ayudante” para que le lleve esta comida a mi hijo, no puedo hacer otra cosa que repasar mi vida y contársela a ustedes, aunque no tengo muy claro para qué. Quizá para desahogarme, para frenar un poco esta rabia que no puedo gritar, porque me harían callar.
Llevo ya dos horas y sé que aún me queda un buen rato. Estas cosas van lentas. Cuando viene Nuri, mi hija, la atienden más rápido, tiene suerte, o lo más seguro es que le haya gustado a alguno de estos policías. Yo ya soy demasiado vieja (demasiado parecida a estas otras tantas mujeres que esperan también aquí, a mi lado, enfrente de mí) para recibir un trato especial. Así que ellas y yo nos limitamos a insistir, una y otra vez, hasta que deciden hacernos caso, por cansancio o aburrimiento o, en ocasiones, cuando conseguimos reunirlos, por los “chelitos” que les ponemos disimuladamente en la mano. Hay veces que nos exigen el dinero sin tapujos y si les decimos que no tenemos nada, nos hacen esperar a propósito, tan jodones, nos ignoran, para que aprendamos que al día siguiente no debemos volver con las manos vacías. Como vine yo hoy, sólo con la comida de Domingo y con una camisa limpia para que se cambie. Ya son diez días los que lleva ahí dentro, el pobre, que no hizo nada, que me lo cogieron siendo inocente.
Sí, ya se que piensan que soy su madre, que qué voy a decir si es mi hijo, que pesa más el corazón que la cabeza. Pero no crean que espero que todos ustedes me comprendan, no, que lo único que quiero es que me escuchen. Ustedes no van a poder hacer nada por cambiar esto, ni yo tampoco lo pretendo, que quede claro. Bien sabe la vida que ya he aprendido a conformarme, a aceptar lo que venga con resignación. Soy pobre, pero no pendeja. Y no rezo cada noche para que mi situación cambie, lo que le pido a Dios es que me de fuerzas para seguir viniendo cada día, para que Domingo no acabe en el olvido como le pasa a la mayoría de los que están igual que él. Que eso es lo triste. Así terminan: en las celdas de esa maldita cárcel, sin posibilidades ya de salir porque nadie se acuerda de ellos, convirtiéndose en uno más, en uno de esos tantos.
...Míralo, ahí viene el “ayudante”, con esa cara de poder, como si no supiera que en realidad es tan desgraciado como yo...
Ya sabía que no me iba a hacer caso, pero tenía que intentarlo. Lo malo es que está anocheciendo y no dejé la cena preparada. Menos mal que Nuri se hará cargo. Que se está portando muy bien esa hija mía del alma a la que no supe encaminar. Ya me la puedo imaginar a ella dentro de diez años en este mismo lugar, sentada aquí donde yo estoy, trayéndole comida a uno de sus ahora pequeños. Porque la vida da vueltas y se repite. No quiero decir con ello que mi madre, que Dios la tenga en su gloria, se encontrara algún día en esta situación (no, eran otros tiempos, entonces no te metían en la cárcel, directamente te hacían desaparecer). Pero que alguien me explique si no cómo es posible que a ella la abandonara mi padre, que a mí me terminara dejando el que nunca llegó a ser legalmente mi marido (porque ya estaba casada con otra) y que el condenado ese que dejó preñada por tres veces a la Nuri desapareciera con la última barriga.
Mi pobre Nuri... No supe evitar que pasara por lo mismo que yo. Me quedé sola cuando los muchachos estaban en la edad más difícil, y entre el trabajo y la casa se me escapó. Por ser la más grande y hembra dejó de estudiar para ayudarme con los pequeños... Sí, qué bien lo veo ahora, de lejos, cómo se repetía la historia, pero entonces no fui consciente. Lo normal era que una chica ayudase a su madre en la casa. Y ahora ya no sabe, no puede hacer otra cosa.
Ni siquiera ha encontrado a un hombre que la trate mejor. En eso yo tuve más suerte. Ya grandes los muchachos apareció Francisco. A la Nuri no le hizo mucha gracia, al fin y al cabo era la que más se acordaba de su padre y de lo que me hizo sufrir. Pero Francisco es bueno. No soy la única, eso lo sé y lo acepto, no estamos ya para poner condiciones, pero me trata bien, trae dinero a casa y se porta con los muchachos, aunque no sean hijos suyos. Y las comadres por fin me dejaron en paz. “Que se te va a pasar el tiempo y la edad no perdona”, “que luego, con arrugas, ya no te va a querer nadie”, “que un macho es necesario en una casa”, “que no puedes quedarte sola”. Qué pesadas se pusieron.
...Bueno, ahí viene otra vez con su misma cara. A ver si ahora tengo más suerte...
Creo que me vuelvo a casa con la comida. Hoy ese desalmado tiene el día torcido, seguro que ha quedado con la novia después del trabajo y le querrá brindar unas cervezas, por eso no da el brazo a torcer. Como que no le hubiera dado yo el dinero si lo tuviera, con tal de que mi Domingo comiera caliente...
Me cuesta entender a estos desdichados. No paro de preguntarme si no tendrán madre, si no sentirán un mínimo de respeto, de compasión, por unas mujeres mayores que lo único que hacen es preocuparse por sus hijos. Qué malo es eso de creerse con autoridad. En realidad ellos no son más que unos pobres desgraciados, pero tienen fuerza ante nosotras, pueden jodernos la vida y lo hacen.
Yo me he esforzado por conseguir que mis hijos sean unos buenos muchachos, y lo he logrado, por eso digo que Domingo no se merece estar ahí dentro. Él nunca ha dado problemas, consiguió su trabajo en la fábrica, incluso participa en alguna actividad de la parroquia. Cierto que se toma su cerveza de vez en cuando, pero ni siquiera toca el ron, y a las dos novias que ha tenido las ha tratado con respeto. Pero tuvo que pasar por el puente en el peor momento. Mira que se lo advertí tantas veces: “Hijo, da el rodeo, aunque sea más largo el camino, evita el puente, que todos sabemos lo que se mueve allí”. Y le pilló la redada. Lo metieron con los demás en la furgoneta y para acá que se lo trajeron. No le encontraron nada, pero tampoco lo sueltan. No me pidan que les explique porqué. Aquí no hay motivo, simplemente las cosas pasan. Y digo aquí, porque me han contado que existen otros lugares en los que no ocurre esto. Yo no hago caso a habladurías, pero la gente sí se lo cree e incluso se va a buscarlo. Así alimentan a los tiburones, porque muchos no llegan, se quedan en el camino, se los traga ese mar traicionero. Como le pasó al hijo de la comadre María. La acompañé a que reconociera el cuerpo, si es que aquello podía llamarse cuerpo. Dios mío, no fui capaz de ver en esa masa de carne al Roque, al pequeño Roque que creció junto a Domingo y se dejó llenar la cabeza de sueños. La comadre sí lo reconoció, o al menos es lo que quiso creer, porque así pudo darle un entierro. Les parecerá tonto, pero consuela tener una tumba a la que visitar y llevar flores.
A mí me cuesta pensar que allí, en la otra orilla, hay algo mejor que esto. Quizá si lo viera con mis propios ojos… Pero no piensen que sería capaz de arriesgar la vida por ello. Mi sueño no es dejar mi país. Al fin y al cabo no se vive tan mal. Si la gente aprendiera a conformarse y a vivir en paz: comer, comemos todos los días, y un techo no nos falta. ¿Para qué más?
..Mira qué bien, se va el mamarracho ese, a ver si tengo más suerte con el que entre...
¿Ven porque no me quejo? Dios acaba sonriéndome siempre: el que ha entrado es ése al que llamamos “pequeño buena persona”.
“No se preocupe mi doña, que yo se lo hago llegar”, me ha dicho al coger la comida y la camisa. Ojalá y hubiera alguno más como él. Ahora ya puedo irme tranquila, andando, a pesar de que es un paseo largo, porque ni dos pesos llevo para la guagua, pero así me da tiempo para ser agradecida. Y a ustedes les dejo en paz. Alégrense por mí y no le den mente a todas las tonterías que dice una vieja cuando el cansancio le amenaza.
...Es más tarde de lo que me creía. Está oscuro. Espero que la vida me siga favoreciendo y me proteja en el camino que me queda por delante...


Monologo...


Resultado de imagen para monólogo ilustracion
Y aquí ando de nuevo muy, pero muy jodido entre ramales. Veo angustias acostumbradas en el polvo de esta calle mía, terca y torpe, golpeando las puntas del pasto verde torturado. No he nacido en las costillas blandas de la montaña que piso. Yo más bien, solía recordar a mi madre, como dulce prodigio, como tierra sepia. En el ocaso, siempre caminábamos juntos hacia el mar, ella y yo hacia el cielo azul. Las gigantes olas de las aguas del origen iban y venían en el vaivén de este mi planeta, mi pequeño y turbio mundo. Ahora, sólo cordilleras tengo a los lados, caminos y riachuelos cortados, casitas como miles de cajas, ladronzuelos y matones, negociantes hijoeputas, entre otras alimañas. Así es la vida, como buen acertijo de dioses imprudentes del trópico. ¡Ah, bueno claro! También he vivido al lado del oasis. Ofelia, ha sido mi mujer. Unas hermosas lunas bajo su cuello, la selva de almíbar cerca del ombligo, y atrás un gran sol doble, protegiendo su figura toda. En su centro, el lugar del inicio, donde viven los seres, su vientre de agua pura. De allí salieron niños, mis propios hijos. Unos ya en el cementerio, bajo crisantemos y cruces. Otros, labrando la aurora, sin pasta, ni ropa, tan jodidos, locos y sin modales como su padre. ¡Vaya herencia coño! De todos modos, no me quejo así no más, sé que exista el sitio a donde voy. Sobre el fogón del hogar del patrón, escupí. Pasé noches en el mismo infierno, peleando contra molinos y rapiñas. Las balas iban y venían también con la vida, la cárcel, y un desierto sin migas de pan caliente. Las golondrinas a veces huyen, yo no. La mujer de mi vida apretaba el gatillo en su mente, sola y ausente, quería morir. Triste sufría por la enfermedad de nuestro pequeño. Luego murieron ambos. Signos de interrogación había en el cuerpo de mi niño, un tumor maligno reía tras el costado de un ángel. Debo ahora recordar, las buenas cosas de esta flor de la vida. Con la muerte del pequeño, encontré una vida más, renací pues. Dejé la extraña manía de maldecir a los muy cabrones, que también maldecían sus vidas. Habían siempre muchos infelices y pobres, intentando joderse unos a otros como siempre. Ahora los bendigo. El asesino a veces sabe más de amor perdido, que otra cosa. Un tipo abandonado se vuelve quizás un absurdo corazón, sin tiernos deseos. ¿Será huérfano de la belleza? Alejado del afecto y lanzado contra la nada. En mi calle parece haber enemigos pero saben, si pienso bien, no es del todo así. En un huerto, juntos hacíamos algo común, glorioso encuentro de manos. Se juntaban las dudas, los cuentos y todo florecía, la mujer del vecino traía un trozo de algo para comer. Y hasta los pedacitos, se compartían en el edén donde nada había. Parecían familiares hermanos de alguna placenta quienes siempre conspiraban y peleaban. Esos días, no hubo guerras, mezquinos impulsos, ni rabia. A veces, no sabemos enterrar la ira y buscar la aurora entre todos. Para varios de nosotros, podría ser más fácil iluminarnos, la aurora se asoma apenas, ¡Coño, pero casi no la vemos! Debemos aprenderlo ahora. Hay ritos donde somos hermandad, se muestra la hermosura, el amor, pero a veces se esfuma. En mi historia, tengo unos hijos vivos, igual jodidos, igual hermosos. Tengo una casita de latas y pedazos de piedra, cartón, madera. Llueve y entra un río. Nosotros ponemos el calor, la alegría. Nada nos distrae de vivir la vida rodante. Ella no se detiene, sólo avanza a pasos medianos. Vienen tormentas, pleitos, coñazos con el poder, vainas con la injusta bregadera del absurdo, pero ahí vamos, lentos y alegres en la aurora. A pesar de todo, nada nos distrae, nada nos tumba el porvenir de levantarnos recios. Acá a mi lado, sigue Ofelia, el mar de mi madre vive ahora en mí. Su agua me acobija, y mis hijos son miles y miles. Mi clan es mayor, ya no es de sangre, es de espíritu. Cada noche el rancho suena como el mar de mi madre. El oleaje va y viene como destino simple, como belleza y elixir de vida. Ofelia ya no vuela, duerme en la sombra de las alegres casas malhechas, el río casi seco que resiste, y las gentes. No pido más.

De cara al sol...


Resultado de imagen para el mirando el sol
Cabalgarás a contra orden en primera línea. Te llamará el peligro, la osadía, los deseos, la luz eterna. Caerás del caballo, por un golpe extraño, desconocido hasta ahora. Quedarás boca arriba, de cara al sol. Te sentirás convertido en otros pero siendo siempre tú. Cuando repares en el sol, cuando sientas sus rayos en el rostro, intentarás regalarle una sonrisa. Sentirás un breve dolor, un agudo dolor, un sonoro dolor, penetrando como ráfaga en tu carne. Sabrás que eres tú ese mismo que asalta el cuartel Moncada; que eres tú ese que reprime el grito cuando le arrancan los ojos. Te verás viajando a otro país, en casas de seguridad, buscando armas, haciendo preparativos para la libertad. Sentirás el necesario temor cuando desembarcando en tu patria los reciban las balas del tirano deshaciendo casi por completo la expedición, será, apenas, tu sentido de la orientación el que te salve. El calor y la humead de la sierra no te dejarán en paz, las botas estarán pesadas, el fango te llegará hasta el pecho. La sed, la maldita sed, te secará la boca pero no te impedirá saborear la victoria con los tuyos cuando declares que se han ganado el derecho de empezar. Te llenarás de heroísmo los pulmones en Girón. Aunque la disnea te impida respirar y sientas esas contracciones en el torso, tus sueños te llevarán hasta Bolivia. Sentirás lo quemante de una bala en tu pierna, escupirás a un oficial que querrá humillarte, quedarás, después, inmóvil, como en un sueño, sin sentir pero sintiendo, con tu rostro angelical. Llorarás cuando la muerte te bese las barbas y el asma. Te ahogara el calor, ni siquiera las palmas frescas te aliviarán. Todo es un segundo, todo te parecerá una eternidad. Acostado, mirando el cielo, descubrirás verdades en él y en las hojas de los árboles. Escucharás, a la distancia, la entrada de los tanques en Moneda, los disparos, las injurias, el último mensaje de un buen hombre; te llenarán de escupitajos, serás muerto nuevamente en el estadio, junto a otros miles. El sudor recorrerá tu frente, querrás gritar y levantarte, andar en el caballo, cabalgar al infinito, ahogar las penas y la angustia, terminar con la tortura, querrás matar para poder vivir. Serás desaparecido, te buscarán las abuelas, las Madres de Plaza de Mayo, reirás de tan feliz cuando te encuentren. Llorarás inexorablemente. La vista se te irá nublando, poco a poco, sin oportunidad de nada más. Se extinguirá el aire por más que intentes aspirarlo. Todos los dolores de tu tierra se posarán en tu pecho, en tu pierna, en tus brazos, en tus ojos, en tu angustia, en tu ausencia. Sentirás como las fauces de la bestia en que viviste casi se tragan a ese pedazo del mundo, a esa isla hermosa. Sentirás que vuelves a nacer, a vivir, a pelear, a ganar, aunque ya casi no respires, aunque la vista se te nuble.

El calor, la sed, el cansancio, se extinguirán, no tendrás más dolor, ni nada. Tus músculos quedarán relajados debajo del uniforme guerrillero que con tanto ahínco y sacrificio te ganaste; quedarán la levita y las antiparras en tu mochila inseparable junto a tu confidente diario de campaña. La sangre brotará de ese orificio hecho por la bala, regará la tierra, le dará vida. Todo se oscurecerá. Caerá el fusil acompañándote, dormirá a tu costado izquierdo. Sabrás que el mundo se te acaba. Que la oscuridad te irá bebiendo. Que la tierra te reclama para ser semilla. Mirarás al infinito, en él observarás lo que soñaste, lo que peleaste. Verás a los tuyos rompiendo las cadenas. Escucharás a Venezuela gritando “yanquis de mierda”; a la indígena Bolivia levantarse, llenarse de júbilo y verdad; a Ecuador decidiendo su destino. Tus ojos mirarán a la América mestiza siendo ella, libre, independiente, soberana.

Nadie, José, nadie entenderá porque ahora que la bala te está matando, se te dibuja una sonrisa. Nadie, Martí, nadie, entenderá porque te vas alegre, pese a todo. Nadie, José, nadie, entenderá porque te vas sereno, hermoso. Nadie entenderá que mueres para empezar a vivir eternamente con los pobres de la tierra. Nadie entenderá que te vas contento porque desde Dos Ríos, a instantes de la muerte, tú José, tú Martí, sabías que seríamos para siempre libres. Por eso, tú, José Martí, exhalas, este 19 de mayo de 1895, el último y contento aliento, de cara al sol como soñaste.