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Cabalgarás a contra orden en primera línea. Te
llamará el peligro, la osadía, los deseos, la luz eterna. Caerás del caballo,
por un golpe extraño, desconocido hasta ahora. Quedarás boca arriba, de cara al
sol. Te sentirás convertido en otros pero siendo siempre tú. Cuando repares en
el sol, cuando sientas sus rayos en el rostro, intentarás regalarle una
sonrisa. Sentirás un breve dolor, un agudo dolor, un sonoro dolor, penetrando
como ráfaga en tu carne. Sabrás que eres tú ese mismo que asalta el cuartel
Moncada; que eres tú ese que reprime el grito cuando le arrancan los ojos. Te
verás viajando a otro país, en casas de seguridad, buscando armas, haciendo
preparativos para la libertad. Sentirás el necesario temor cuando desembarcando
en tu patria los reciban las balas del tirano deshaciendo casi por completo la
expedición, será, apenas, tu sentido de la orientación el que te salve. El
calor y la humead de la sierra no te dejarán en paz, las botas estarán pesadas,
el fango te llegará hasta el pecho. La sed, la maldita sed, te secará la boca
pero no te impedirá saborear la victoria con los tuyos cuando declares que se
han ganado el derecho de empezar. Te llenarás de heroísmo los pulmones en
Girón. Aunque la disnea te impida respirar y sientas esas contracciones en el
torso, tus sueños te llevarán hasta Bolivia. Sentirás lo quemante de una bala
en tu pierna, escupirás a un oficial que querrá humillarte, quedarás, después,
inmóvil, como en un sueño, sin sentir pero sintiendo, con tu rostro angelical.
Llorarás cuando la muerte te bese las barbas y el asma. Te ahogara el calor, ni
siquiera las palmas frescas te aliviarán. Todo es un segundo, todo te parecerá
una eternidad. Acostado, mirando el cielo, descubrirás verdades en él y en las
hojas de los árboles. Escucharás, a la distancia, la entrada de los tanques en
Moneda, los disparos, las injurias, el último mensaje de un buen hombre; te
llenarán de escupitajos, serás muerto nuevamente en el estadio, junto a otros
miles. El sudor recorrerá tu frente, querrás gritar y levantarte, andar en el
caballo, cabalgar al infinito, ahogar las penas y la angustia, terminar con la
tortura, querrás matar para poder vivir. Serás desaparecido, te buscarán las
abuelas, las Madres de Plaza de Mayo, reirás de tan feliz cuando te encuentren.
Llorarás inexorablemente. La vista se te irá nublando, poco a poco, sin
oportunidad de nada más. Se extinguirá el aire por más que intentes aspirarlo.
Todos los dolores de tu tierra se posarán en tu pecho, en tu pierna, en tus brazos,
en tus ojos, en tu angustia, en tu ausencia. Sentirás como las fauces de la
bestia en que viviste casi se tragan a ese pedazo del mundo, a esa isla
hermosa. Sentirás que vuelves a nacer, a vivir, a pelear, a ganar, aunque ya
casi no respires, aunque la vista se te nuble.
El calor, la sed, el cansancio, se extinguirán, no
tendrás más dolor, ni nada. Tus músculos quedarán relajados debajo del uniforme
guerrillero que con tanto ahínco y sacrificio te ganaste; quedarán la levita y
las antiparras en tu mochila inseparable junto a tu confidente diario de
campaña. La sangre brotará de ese orificio hecho por la bala, regará la tierra,
le dará vida. Todo se oscurecerá. Caerá el fusil acompañándote, dormirá a tu
costado izquierdo. Sabrás que el mundo se te acaba. Que la oscuridad te irá
bebiendo. Que la tierra te reclama para ser semilla. Mirarás al infinito, en él
observarás lo que soñaste, lo que peleaste. Verás a los tuyos rompiendo las
cadenas. Escucharás a Venezuela gritando “yanquis de mierda”; a la indígena Bolivia
levantarse, llenarse de júbilo y verdad; a Ecuador decidiendo su destino. Tus
ojos mirarán a la América mestiza siendo ella, libre, independiente, soberana.
Nadie, José, nadie entenderá porque ahora que la
bala te está matando, se te dibuja una sonrisa. Nadie, Martí, nadie, entenderá
porque te vas alegre, pese a todo. Nadie, José, nadie, entenderá porque te vas
sereno, hermoso. Nadie entenderá que mueres para empezar a vivir eternamente
con los pobres de la tierra. Nadie entenderá que te vas contento porque desde
Dos Ríos, a instantes de la muerte, tú José, tú Martí, sabías que seríamos para
siempre libres. Por eso, tú, José Martí, exhalas, este 19 de mayo de 1895, el
último y contento aliento, de cara al sol como soñaste.
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